domingo, 15 de junio de 2014

PAPAS SOLTEROS



"Lo puto lo tenemos en las nalgas, no en el pensamiento…". Con estas palabras tan contundentes, que sirven para dejar en claro que la preferencia sexual de las personas homosexuales nada tiene que ver con su manera de educar a los hijos, comienza esta charla a propósito de un tema que no sólo se relaciona con las leyes, sino también con las actitudes.

Desde niño, poco después de que su madre falleciera —al padre biológico nunca lo conoció—, Luis Martín ha sido educado por un padre gay. La adopción, y lo cuenta muchos años después, se convirtió en un viaje transformador, un gesto de generosidad que al paso del tiempo ha marcado su vida. Hoy estudia diseño gráfico, pinta y dibuja todo lo que sale de su cabeza. “Con mis abuelos nunca habría podido tener una mejor calidad de vida, ni siquiera alcanzaba la comida para todos…”, recuerda este joven de cabello rizado, alto y de ojos negros.

Sentado junto a él, Miguel, su feliz padre adoptivo, tiene la conciencia tranquila, lo que ya es decir en un país donde al fin se ha aprobado en el DF y en algunas regiones muy pequeñas el matrimonio entre personas del mismo sexo. “Ser gay es algo que no se escoge, simplemente surge como un acto natural. La heterosexualidad de mi hijo jamás se ha visto afectada por vivir conmigo, incluso, tiene una novia tan guapa y maravillosa, que hasta me da envidia”.

El asunto de formar una familia sucedió de un modo inesperado. De pronto, hace más o menos un par de lustros, luego de cierta convivencia, ese muchacho que ahora divide sus horas entre la pintura, el dibujo y pasar un rato con la novia, le hizo a Miguel una pregunta que lo dejó atónito: “Yo no tengo papás, y tu no tienes hijos. ¿Por qué no me adoptas?”.

Luis Martín, que por aquel entonces era apenas un niño, llevado quizá por la necesidad de que alguien lo cuidara, todavía sin comprender los alcances de sus palabras, había hecho una trascendente elección. “Fue algo que me tomó por sorpresa. Yo siempre quise tener un hijo natural, pero por diversas razones mi paternidad había fracasado. Una carencia que sublimaba con largas jornadas de trabajo”, recuerda el papá.

Halagado por la propuesta del niño, con la emoción a flor de piel, Miguel consideró que podía ser, por qué no, la oportunidad de cumplir su sueño. Los abuelos no se opusieron a la adopción, y sólo unos años después, Luis Martín, en un ambiente que lo estimulaba por el camino de la literatura, empezó a citar de memoria poemas de Mario Benedetti y Carlos Pellicer, y expresar asombro con detalles tan cotidianos como ver a su padre rasurarse. “¿Cuál es el inconveniente de tener a un papá gay? En nuestra sociedad se sigue relacionando la homosexualidad con lo perverso, como si uno no fuera alguien sano, lejos de la posibilidad de ser un héroe. Seguimos arrastrando el concepto freudiano de la sexualidad”.

Luis Martín, cada vez más dueño de sí mismo, en tiempos en que se realizan reformas al código civil de la Ciudad de México, afirma que no comprende la resistencia de diversos sectores a la adopción por parte de matrimonios gay: “Soy un chico absolutamente normal. Sólo basta ir a los albergues del DIF para comprobar que hay cientos de niños que necesitan de una familia que les ayude. Para mí era doloroso que en la escuela los compañeros me llamaran despectivamente ‘el huérfano’. Eso sí me ponía muy mal. Yo me siento orgulloso de mi padre. Entre la comunidad gay hay gente sensible, son profesionales, no permitirles adoptar es una estupidez, un acto de discriminación”.

¿Y qué hay con la ausencia de la figura materna?, se le pregunta al padre, quien ha pedido cambiar los nombres de él y su hijo. “Es una cuestión de actitud, más que de una presencia femenina. No hace falta la mujer cuando el hombre cumple. Y existe el caso contrario, de muchísimas madres solteras que han logrado sobreponerse para educar a sus niños”.

Miguel afirma que la falta de apertura, entre otras la de la Iglesia, para evitar a toda costa que los matrimonios gay adopten, es sólo buscarle ruido al chicharrón. “La tendencia mundial es de mayor tolerancia a los grupos marginados, como el de los homosexuales, que es una forma natural de convivencia. Ni siquiera los amigos de mi hijo se muestran sorprendidos por el hecho de que yo sea gay. A los jóvenes no es algo que les inquiete, son los viejos quienes no aceptan que nuestra sociedad poco a poco ha ido cambiando. La gente tiene que tomar una posición frente al problema de esta doble moral”.

Tras ese largo tiempo de llevar una paternidad dormida, a Miguel la vida lo cambió de golpe aquella vez en que decidió convertirse en padre. “La educación de mi hijo me ha requerido como un ser integral. No niego que, en su momento, para él pudo resultar incómodo presentar a su papá y su novio, situación que lo puso en jaque, pero luego pasó a ser algo natural”.

Acostumbrado a ser un hombre al que le ha sobrado fuerza para luchar por los derechos de los homosexuales, muestra sus reservas respecto a la aprobación en el DF de los matrimonios gay.

“Está bien, se formalizó el matrimonio gay, un contrato que, incluso, ya ha caducado entre los heterosexuales”, se le oye decir sin emoción, con escaso triunfalismo, “pero el tema es más profundo, tiene que ver con la educación, porque cambiaremos las leyes, pero no necesariamente las actitudes. Desgraciadamente no se pueden transformar las conductas por decreto”.

De pronto, como una señal de que se anuncia la despedida, sonríe el padre y lo mismo su hijo, a quienes ya les queman las prisas por irse al cine y lo que venga después.

Escrito de Óscar Jiménez Manríquez
Tomado de Milenio

1 comentario:

Unknown dijo...

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